14/2/09
Episodio I: “La cena está servida”
(donde asistimos a una típica cena familiar, los personajes hacen su presentación en sociedad, y el lector avispado comienza a intuir que vendrán tiempos peores)
La escena está situada en cualquier ciudad argentina, en un futuro no muy lejano, o, en todo caso, en un presente no demasiado futuro, si es que se puede llamar futuro a esto que nos espera.
Los Pérez Strómboli constituyen la típica familia de clase media del primer cuarto del siglo XXI: asumimos que se trata de una familia por el hecho de que viven todos juntos y también por razones de comodidad narrativa. Tratar de explicar los lazos de sangre y de otros tipos que unen a sus miembros sería meterse en problemas, y ya bastante complicada es la vida. Digamos, entonces, que viven bajo el mismo techo, que la mayoría se quiere bastante entre sí y que, en ausencia de afecto, bienvenido sea el mero aguante.
La familia se encuentra reunida en torno a la mesa. Papá, mamá, tres hijos aportados por anteriores matrimonios y el hijo en común de ambos, alegría del hogar. También están el abuelo Strómboli y el perro Cachafaz. Por si hace falta aclararlo: Cachafaz es ese animal que roe un hueso debajo de la mesa. El abuelo también está royendo un hueso, pero sentado en una silla, y mientras su dentadura está a punto de rendirse frente al recio fémur de cordero que sostiene entre las manos, se las arregla para recitar un par de estrofas del Martín Fierro, hazaña decididamente fuera del alcance del Cachafaz. Es que, como ya sospechará el lector, a este perro sólo le falta hablar.
- Los hermanos sean unidos/ porque esa es la ley primera...
La andanada poética va dirigida a los dos hermanos mayores, que no paran de sopapearse en la nuca.
- Abuelo: no hablez con la boca llena. Ez asqueroso.
- Más asqueroso es que haya gente que no tenga con qué llenarse la boca, nene...,
- ¡Papá ¡Te dije que no hables de esas cosas cuando está el nene: después sueña ...
- ...porque si entre ellos se pelean / los devoran los de ajuera...,
- ¡El abue no zabe hablar! ¡Ze dize “afuera”, no “ajuera”!
- Bueno, así hablaban los gauchos...
- ¿Qué zon los gauchoz?
- Mano de obra barata, nene, y carne de cañón de los ricos, eso eran los gauchos- mirada furibunda de mamá. -
- Si los cañones no zon de carne...ji. ji, ji, ¡Eztá loco el abuelo...!
- Che, que no me dejan escuchar el noticiero – impone un poco de cordura papá.
- Bueno – dice mamá mete los cubiertos en la ensaladera – vos también podrías participar un poco de la conversación, pichu...
- ¿Y cuándo querés que me informe? ¡Cómo si fuera idea mía no estar nunca en casa!
- Idea mía no es.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo pagamos lo del año pasado?
“Lo del año pasado” es un viaje a España. El tema sale a relucir, por uno u otro motivo, cada vez que la cosa comienza a ponerse áspera.
- Eso tampoco fue idea mía. Yo quería ir a Machu Picchu, ¿te acordás, picchu?-
- ¿Y qué caraj... qué me importa Machu Picchu a mí? Yo quería conocer Galicia. ¿Y vos sabés el olor que tienen los coyas, además? No aguantarías ni un minuto en Machu Picchu, vos...
- María Laura me dijo que hay más alemanes y japoneses que otra cosa. Y los japoneses no sé, pero los alemanes son gente como nosotros. Hasta te diría que son mejor que nosotros...
- Eso mismo decía el Adolf- terció el abuelo Strómboli.
- Qué Adolf, abue - pregunta la nena con su habitual entusiasmo.
- Un amigo de tu mamá... – mirada asesina de mamá.
- Qué Adolf, abue – insiste la nena.
- Hitler, nena, Hitler… - rezonga el abuelo.
- Ah, el de los bigotitos así – la nena se coloca dos dedos sobre el labio superior. El abuelo se para de un salto, levanta el brazo y grita un ¡Sieg, heil! que hace que el Cachafaz salte como un canguro electrocutado y se estampe contra la parte inferior de la mesa. Lloriquea , pero igual se las arregla seguir comiéndose el garrón, que para eso vino al mundo. El abuelo lo levanta con ambas manos y lleva las partes pudendas del Cachafaz hasta la altura de sus ojos:
- Hummmm... – dice el abuelo con acento austro-alemán y todo - ... mirren lo que tenemos aquí... un perrito judío pinchila cortada... ¡juden rat! ¿Qué hacemos con él? ¿ mandamos a cámarra de gas o hacemos jabón con linda ratita judía y gordita?
- Mejor hazemos jabón, abue, en el baño no hay máz – opina sensatamente Emanuel, el menorcito. El Cachafaz, sin soltar el hueso, mira a cada uno de los presentes tratando de entender qué pasa. Por las dudas mueve un poco la cola. Mamá, que hasta el momento ha mantenido la frente apoyada sobre ambas manos, baja éstas con ademán cansado pero majestuoso y dice:
- Papá: dejá a ese perro y por favor dejá de enseñarle esas cosas al nene. Emanuel: está muy mal hacer jabón con los perritos, ¿entendiste mi amor?
- Zí, mami.
- ¿Y con la gente?- no puede dejar de meter la cuchara el abuelo Strómboli.
El bramido de una motocicleta cubre, por suerte para el lector sensible, el resto de la conversación. Carla salta de su asiento.
- Pá, vamos un rato al shopping con Seba.
- Bueno.
- ¿Y a qué van al shopping, che?
- Y a qué vamos a ir, abue, a mirar... La gente. La ropa. Qué sé yo.
- ¿Y no se les ocurre nada mejor que hacer?
- Juan Carlos - dice papá - es mejor eso y no que ...
- ¿Vaya al telo?
- Con usted no se puede hablar, Juan Carlos.
-¿Qué ez “altelo”, abue?
- A ver, papá, explicáselo vos...
- Bueno, mirá nene, un tel...
- Ni se te ocurra. Emanuel: a la cama.
- Ufa. ¿Me contáz un cuento, pa?
- No mi amor, estoy cansado. Pero vení a mi cama y vemos una de terror.
- Zoz bueno, papi.
- ¿Te ayudo con los platos, hija?
- No, gracias, mejor sacalo a dar una vuelta al Cachafaz.
Al escuchar las palabras “vuelta” y “Cachafaz”, el susodicho se convierte en la versión canina de El Dr. Jekill y Mr. Hide, pero peor, por lo sobreactuado: sube de un salto a la mesa, barre las dos últimas copas del juego, mordisquea los restos del asado, brinca sobre el sofá como una cabra demente, vuelca una silla y después se sienta, como si nada, puro ojos y lengua afuera, a esperar que le pongan el collar.
- Pobrecito, estuvo todo el día sin salir – dice con una tierna sonrisa mamá, que justo en ese momento se da vuelta y por eso, piadosamente, no alcanza a ver cómo el Cachafaz sale volando del tremendo patadón que el abuelo Strómboli acaba de pegarle en el culo.
(continuará)
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