13/2/09

Episodio XXXVII: "Caballito de Troya"

(en donde los anarquistas preparan una acción revolucionaria de la que no se salva ni Tinelli, el abuelo Strómboli está a punto de infringir el quinto mandamiento poniendo en grave peligro su alma inmortal pero después se da una vuelta en calesita)

La columna, armada de pancartas y pasacalles, avanza desde la esquina flanqueada por dos hileras de gordos con palos y pañuelos cubriéndoles la cara. Al frente van los viejitos anarquistas tomados del brazo.
La cosa estuvo a punto de fracasar, ya que anarquistas y piqueteros, gente de izquierda al fin, no lograban ponerse de acuerdo con las consignas. En un rapto de inspiración, el Toño Beltrame les propuso que manifestaran por algún tema neutral: “No sé, cualquier cosa” –les dijo – “Qué sé yo, protesten por las tierras de la Patagonia”. Increíblemente, la cosa les gustó a ambas fracciones. Así que ahí vienen, con pancartas que dicen “FUERA LOS BENETTON”, “EXPROPIACIÓN YA”, “LOS BOSQUES SON DEL PUEBLO”, “TED TURNER: GO HOME”, “TINELLI: DEDICATE A OTRA COSA” , “LA TIERRA PARA EL QUE LA TRABAJA” y otras antigüedades por el estilo.
A mitad de cuadra, justo cuando la columna está pasando entre la casa de Bevilacqua y el auto de los de Interpol, una voz grita: “¡MUCHACHOS, UN INFILTRADO!” y se arma una trifulca de padre y señor nuestro. Aprovechando el berenjenal, el abuelo Strómboli y el Toño se escabullen hasta el fondo de la casa de Bevilacqua.
- Toño – dice Strómboli antes de golpear la puerta que da al jardín trasero – Si querés, dejame solo. La cosa se puede poner jodida.
- Bah. Cuándo no estuvo jodida la cosa. Dale. Golpeá de una vez.
- Interpol. Por favor abra la puerta- miente el abuelo Strómboli sin miedo a que le salga una jorobita.
La mujer de Bevilacqua entreabre la puerta. Strómboli y el Toño, que no están para buenos modales, empujan y entran. Bevilacqua está como escondiéndose detrás de la mujer.
- Qué quieren. Váyanse o llamo a la policía.
- A la policía la vamos a llamar nosotros, no te preocupes – dice el abuelo Strómboli sacando un 38 corto del bolsillo del saco – Pero antes vamos a conversar un poquito.
Dos minutos, veintitrés segundos y seis décimas más tarde, Strómboli y el Toño ya saben todo lo que tienen que saber: los que raptaron a Papá en realidad lo querían a Bevilacqua para que éste les entregue unos papeles muy comprometedores para algún pez gordo. Bevilacqua había intentado un chantaje y la había salido mal.
- Dame los papeles – dice tranquilo Strómboli.
- Tas loco. Si te doy los papeles, mañana soy hombre muerto.
- Si no me das los papeles sos hombre muerto ahora mismo – dice Strómboli, poniéndole el chumbo en la cabeza.
- Tranquilo. No los tengo acá. Están a dos cuadras. En la calesita.
- ¿En la calesita?
- Buen escondite, ¿no? – dice Bevilacqua con una sonrisita de jabalí, si es que esa clase de chancho sonríe alguna vez
- Vamos, te venís con nosotros. Usted también, señora. Por favor.
Afuera el bolonqui no amaina. Los piqueteros, sobreactuando un poco tal vez, están demoliendo el auto de los de Interpol. Como los supercops están en misión encubierta, no hacen nada. Así que todo sale joya y los cuatro abandonan la casa tranquilamente rumbo a la calesita “Mi Ilusión”.
- Che, Strómboli – le dice al oído el Toño Beltrame señalando a Bevilacqua que va un poco más adelante- ¿En serio lo ibas a amasijar?
- No. Sí. Qué sé yo. Por suerte arrugó- dice Strómboli, un poco demasiado pálido.

En la calesita las cosas se complican un poco más, si cabe: no está el calesitero amigo de Bevilacqua. Para colmo, un agente de policía está parado al lado de la boletería tomándose un helado soft.
- Los papeles están en la panza del caballito blanco, del lado de adentro – explica Bevilacqua - Hay que meter la mano por abajo, apretar un poco hasta que ceda la tapa y listo: sacás el tubo. Mirá: no hay nadie en el caballito ahora.
El abuelo Strómboli está jugado, así que encara al tipo de la boletería y dice:
- Una vuelta, por favor. Y un chupetín – y en cuanto la calesita se detiene, pela el chupetín y monta el caballito.
- Oiga... - comienzan a decir a dúo el de la boletería y el agente, pero el Toño Beltramo los ataja con su mejor cara de carmelita descalza:
- Pobre. Es un gusto que quería darse antes de... – y señala con el índice en dirección al cielo – Cáncer. Fulminante. Una semana, como mucho... pobre tano... pobre tano... – el sollozo le sale tan bien que el agente le convida con un poco de helado.
Mientras tanto, Strómboli no pierde el tiempo: mete la mano en el lugar indicado, presiona, tantea, saca un tubo de cartón y le hace una seña al Toño, quien como quien no quiere la cosa, camina hasta el otro lado de la calesita, toma el tubo que le pasa Strómboli y lo mete debajo del saco. El abuelo Strómboli chupa con fruición el chupetín y se dedica a disfrutar un par de vueltas. En ese momento llegan Carla, Sebastián y Emanuel, que señala a su abuelo y comienza a pegar saltitos.
- ¡La zortija, abue, zacá la zortija!
El abuelo lo saluda con la mano, se estira un poco, aprovecha el momento de estupor del calesitero y saca la sortija. Cuando la calesita se detiene, baja y se la entrega con una reverencia a Emanuel, que todavía no sabe que éste va a ser uno de los mejores recuerdos de su vida. El agente de policía, llorando, invita a una vuelta de helados para todos.
Strómboli y el Toño se despiden de sus nuevos amigos con abrazos y los mejores deseos. Toman del brazo a sus rehenes y salen caminando tranquilos. Una cuadra más allá, abren el tubo. De su interior caen algunas hojas, dos pasaportes y un respetable fajo de dólares.
- Hombre prevenido vale por dos- dice Bevilacqua haciéndose el canchero. Y la señora le patea un tobillo.
El abuelo Strómboli le echa un vistazo a los papeles. Su olfato de viejo periodista le dice que son dinamita pura. Está a punto de cerrar la carpeta cuando su vista se detiene en uno de los nombres encerrados en un circulito rojo. Palidece. Mira a Bevilacqua.
- Con quién tengo que hablar.
- Llamá a este celular - dice Bevilacqua y saca un papelito roñoso del bolsillo interior del saco.
- Váyanse – dice secamente Strómboli después de verificar que el número está legible.
- ¿Qué hacemos con esto? – pregunta Toño, mostrando los pasaportes y el fajo de verdes.
- Dáselos.
- Gracias, gracias, gracias, - se derrite Bevilacqua.
- Tomatelás – dice Strómboli.
- No te lo merecés – dice el Toño.
Bevilacqua toma atropelladamente los pasaportes y el fajo. Camina dos pasos y se le cae uno de los pasaportes. Se agacha a recogerlo. El Toño Beltramo no aguanta la tentación y le encaja un shot que hubiera provocado el delirio de los nenes de la popular.

(continuará)

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