14/2/09

Episodio VI: “Y ahora... ¿quién podrá defendernos?”


(en donde mamá, abandonando parcialmente su adscripción al budismo, redescubre el placer de la caza menor, el abuelo canta canciones de Jacques Brel, se le da un merecido descanso al Cachafaz, que ya estaba robando bastante cámara, y mamá se entera de una serie de novedades que, tarde o temprano, pondrán a la familia al borde del caos)



En beneficio del lector recién llegado a este folletín, y también del lector veterano que de tan estresado a esta altura de la semana ya no recuerda ni su D.N.I. (tales son los deplorables efectos de esta vida posmoderna que llevamos) resumiremos lo acontecido en el capítulo cinco: mamá está al borde de la apoplejía, tratando de borrar los rastros de la mancha de pis que dejó el Cachafaz sobre la alfombra beige, mientras un par de miles de hormigas inician la explotación solidaria (la hormiga es uno de los pocos bichos socialistas que quedan) del azúcar derramado inadvertidamente por mamá. El Cachafaz es enviado al destierro junto al abuelo Strómboli. En la plaza el Cachafaz conoce, dicho sea esto en el sentido bíblico estricto del término, a la fox terrier Lupita y el abuelo Strómboli entabla una amistosa relación con su joven dueña Malena Lezcano, un bombón de ésos que te reconcilian con el mundo, al menos por un rato. De esto han pasado cuatro o cinco días.
- ¡Mamá, mamá, en mi cama hay hormigaz que pican!¡Matalaz, matalaz a todaz!- aúlla Emanuel.
El grito desgarrador del menorcito de la familia hunde a mamá en un grave conflicto ético - religioso. En efecto, su reciente adscripción al budismo le impide ejercer violencia sobre ningún ser vivo, aún se trate de bichos detestables, socialistas e insignificantes como éstos. Como mamá es, indudablemente, una mujer de ésas que no se queda inmóvil frente a los problemas, decide enfrentar éste desde el ángulo apropiado, y por eso busca y rebusca en la biblioteca algún libro que contenga instrucciones pertinentes al caso: sobre la alfombra se van apilando libros de Krishnamurti, Gandhi, Lao Tsé, Kong Fu Tsé, Sai Baba, el I Ching, los Vedas, el Ramayana, el Mahabharata, el Bhagavata-Purana, el Baghavad-gita y hasta una versión hard core del Kamasutra ilustrada con fotos en colores. Es inútil. En ningún libro dice qué hacer con las malditas hormigas, perdón, con esas criaturitas de Dios.
Desde la habitación del abuelo Strómboli llega una voz cascada pero melodiosa: “moi, je t’offrirai / des perles de pluie / venues de pays / oú il ne pleut pas...” Si mamá no estuviera tan obsesionada con el problema de las hormigas podría alarmarse, y lo bien que haría: su padre cantando. Y cantando una canción de amor de Jacques Brel. Lo dicho: se vienen tiempos peores.
- Hija, ¿no viste mi pañuelo de cuello rojo?
- No, papá. Y no es rojo. Es borravino. Y ahora estoy ocupada.
El abuelo toma un libro de Sai Baba y se sienta en el sofá, mirando con curiosidad y beneplácito la febril actividad de su hija, mientras cuatro o cinco hormigas trepan laboriosamente a la mesita ratona.
- Te quiero, hija.
- En este tampoco dice nada de... ¿qué?
- Que te quiero, hija...
- Ay, papá... – mamá se abraza a las rodillas de su padre – ay, papá. Perdoname... lo que pasa es que estas hormigas me tienen loca. Y me siento una estúpida buscando en estos libros que no sirven para nada...
- En eso te equivocás. Estos libros son muy útiles para combatir plagas de hormigas. Mirá: ¿ves esas cinco hormiguitas sobre la mesa? Kaput. – y ahí nomás les descerraja un saibabazo.
- Pero... pero...¡papáaaaa! – gime mamá contemplando horrorizada los cinco diminutos cadáveres.
- Vos dales con éste – dice sin inmutarse el abuelo, alcanzándole el I Ching con prólogo de Jorge Luis Borges – Nada mejor que un buen mataburros para matar hormigas. Son más chiquitas.
La expresión de mamá cambia de la desolación a la alegría feroz en un santiamén. Toma el I Ching con ambas manos y descarga su primer golpe sobre un grupejo de hormigas que trajinaba sobre la alfombra.
- ...cinc, seis, siet, och, ¡Nueve! ¡Nueve menos!
- ¿Yo también puedo, mami? – viene corriendo Emanuel y toma un libro del montón.
- ¡Dales vos también, Nanu!- dice mamá tan entusiasmada con la caza que no atina a ver que el libro que recoge y abre el benjamín de la familia es el Kamasutra.
- Mami... ¿Qué eztán haziendo ezte zeñor y ezta zeñora?

Varias horas después la familia está reunida frente a la cena primorosamente servida por mamá, a quien se la ve cansada pero feliz: es que no sólo ha resuelto el problema de las hormigas, sino que el arduo ejercicio de matarlas a librazos ha devuelto vigor a sus brazos, flexibilidad a su cintura y arreboles a sus mejillas, perdón por el lugar común, pero viene al caso.
Tan feliz está mamá, tanto disfruta del momento, tan liviana y alegre se siente que tarda bastante en advertir que, salvo el abuelo Strómboli, que se apareció afeitado y perfumado, Emanuel, que acaba de escabullirse a su cuarto con el ejemplar del Kamasutra, y ella misma, los demás no han dicho una palabra. Hasta faltan los habituales sopapos en la nuca que eternamente intercambian Dante y Lautaro. Papá ni siquiera hace zapping.
- Che: ¿y a ustedes qué les pasa? – por contestación sólo recibe múltiples suspiros.
- La directora quiere que te des una vuelta por la escuela para hablar... de nosotros... – murmura Dante, señalando a Lautaro, quien asiente con cara de angelito.
- Bueno. No ha de ser para tanto – sonríe mamá - ¿Y a vos, Carla?
- A mí, nada, qué me va a pasar – un puchero se va formando lentamente – Seba me dejó...
- Bueno, Carlita, estas cosas pasan. Son muy jóvenes, todavía... ¿Y vos Pichu, por qué esa carucha...?
- Pasa que me echaron del trabajo, eso pasa.
- ¿Qué te ech...? ¿del trabaj...?- mamá acusa el golpe, pero se repone enseguida - bueno, mi amor, no te preocupes... ya saldremos adelante igual... - pero se ve a la legua que mamá ya no es tan feliz.
Silencio sepulcral. Otro lugar común, pero bueno, la cosa no está como para andar haciéndose el creativo.
- ¿Quién quiere otra milanesa? – dice mamá, pobre, por decir algo. Y como nadie responde, sigue hablando sola: - Bueno, papá, me imagino que vos no tendrás alguna otra mala noticia...
- Mala, lo que se dice, mala, no – el abuelo Strómboli ha adquirido un repentino interés por unas migas, con las que empieza a hacer bolitas para después empujarlas con el dedo de aquí para allá.
- ¿Y? – dice mamá, temiendo lo que ella cree que es lo peor. Un cáncer, por ejemplo.
- Y, qué – dice el abuelo, embocando con una bolita en el vaso de mamá.
- La noticia. Cuál es.
- Tengo novia.

Continuará ( de alguna manera)

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