13/2/09

Episodio XXXII: "Il blue dipinto di blue"


(en donde el narrador gasta medio capítulo en sus delirios utópicos, Emanuel sale en la televisión y los diarios, el Cachafaz hace popó y Malena cuenta el secreto de su vida)


El más inocente de los vicios de este narrador, que tiene pocos, aclaremos, consiste en parar a media mañana a tomarse un café y leer los diarios en el bar de una estación de servicio que le queda de paso a todas partes. Una mañana de viernes, el narrador llega, pide café, despliega el diario y allí se entera de que el Presidente llama a boicotear a cierta compañía petrolera. Levanta cautelosamente la vista y comprueba que, efectivamente, está en una estación de servicio que expende los productos de dicha compañía. El narrador comienza a sudar frío ¿El boicot incluye también el café o sólo nafta y aceites? ¿Será tachado de traidor a la patria? La neurosis del narrador trepa a grados inconcebibles. En esos sufrires anda, cuando una joven señora se acerca y le dice que no se pierde un solo capítulo de los Strómboli y que espera ansiosamente el diario de los viernes. El narrador duda entre sentirse orgulloso o culpable. Opta por sentirse culpable de provocar la ansiedad de tan simpática lectora. Para disimular, le pregunta a qué se dedica. Pregunta estúpida si las hay. “Nada que ver con lo tuyo” – dice la joven – “Soy abogada” y después se despide amablemente.
El narrador le queda, finalmente, muy agradecido, pero después se pone a pensar en ese “nada que ver con lo tuyo” dicho casi como una disculpa. Y es que yendo a lo profundo de esa frase, que todos usamos alguna vez en circunstancias similares, se palpa la fisura en la que venimos naufragando. En nuestra sociedad hay demasiados compartimentos estancos. Si sos abogado no tenés nada que ver con la literatura o la poesía. Si sos poeta no se te ocurra opinar sobre las leyes. Si sos ama de casa no entendés nada de macroeconomía. Si sos albañil nada tenés que hacer con Platón ni con Juan Gelman. Si sos filósofo conformate con tu nube de pedos. Pues bien, este narrador aspira a un mundo tal vez más loco, tal vez más justo: un mundo en donde las amas de casa sean ministras de economía y los albañiles levanten edificios con ladrillos de puro pensamiento y los filósofos se arremanguen para hacer pan y los abogados digan poesía en las plazas y los poetas escriban leyes endecasílabas o, mejor aún, en verso libre. Será justicia, entonces, pero justicia poética.
Y ahora vamos al capítulo de hoy, que salirse del libreto es muy divertido pero hay que ganarse el garbanzo cotidiano.

La noticia de que el abuelo Strómboli ha tenido un tête a tête (perdón) con el mismísimo Creador ha corrido como reguero de pólvora. Bueno, esa metáfora es del el siglo XIX. Ahora, para no caer en anacronismos, deberíamos hablar de ondas electromagnéticas, fibras ópticas y otras paparruchas tecnológicas. Qué aburrido es el siglo XXI.
La cuestión es que, nunca sabremos cómo, la aventura celeste de Juan Carlos Strómboli llamó la atención de los medios masivos de incomunicación, cuyos representantes montan guardia permanente frente a la casa de esta sufrida familia desde que el abuelo fue dado de alta. Hasta ahora lo único que han logrado es una foto del Cachafaz haciendo popó en el jardín y una declaración de Emanuel que se convirtió en titular de varios diarios y revistas new age: “Mi abuelo ez amigo de Dioz”
Y eso no es todo: una delegación de viejitos anarquistas vino a pedirle permiso a Strómboli para estampar remeras con su cara y el slogan “Dios es ateo”. Strómboli los sacó carpiendo. Aunque reconoció que la cosa tiene su lógica: ya que ¿en qué dios puede creer Dios? Los viejitos, que querían juntar unos mangos para arreglar la cancha de bochas, salieron más que compungidos.
La situación alcanzó ribetes dramáticos cuando la familia comenzó a recibir amenazas vía telefónica de distintos grupos fundamentalistas musulmanes, judíos y cristianos. Los milagros suceden: todos estos grupos, enemigos irreconciliables entre sí, han logrado ponerse de acuerdo en una cosa: hacer puré al impío Strómboli.
La cuestión es que el bolonqui alcanza ya dimensiones nacionales. Entre las consecuencias de esta difusión, se verifica, no sabemos si para bien, un aumento de las ventas de los libros de Víctor Sueyro.
Pero, mientras tanto: ¿qué sucede en el interior de la residencia Pérez Strómboli?
Papá sigue todas las alternativas del caso por televisión.
Mamá ha comenzado a escribir una biografía de su padre. Está contenta porque piensa que por fin va a poder hacerse de unos morlacos a costa del mambo familiar.
Dante y Lautaro también han instalado su propio negocio, armando en el quincho una especie de mercado negro en donde trafican recuerdos del abuelo Strómboli: hasta ahora han vendido un par de medias agujereadas, una camiseta de frisa y una maquinita de afeitar usada (con restos de Auténtico Vello Facial)
Carla y Sebastián, bueno, andan por ahí, mejor no averiguar.
Emanuel está encantado con sus fotos de los diarios y revistas. Se la pasa recortando y pegándolas en las paredes de su cuarto.
El abuelo Strómboli está que trina: no puede fumar, ni tomar vino, ni hacerle mimitos hard core a su novia.
La pobre Malena, en este momento, está contándole toda la verdad acerca de su padre: las peleas que tuvieron cuando, siendo ella una adolescente, descubrió que la mayoría de los ingresos familiares provenían de esa pobre lata llamada eufemísticamente “Tesoro Público”; el abandono que habían sufrido su madre y ella cuando el tipo se rajó con las valijas chorreantes de dólares ajenos; el juramento de olvidarse para siempre de su padre; la vergüenza por no poder haber podido cumplir ese juramento; el por qué ella se había alejado de Strómboli, pensando que él no le perdonaría ser hija de semejante pelafustán. Mientras habla, Malena llora serenamente.
Strómboli la mira embobado. Vuelve a escuchar aquella Voz diciéndole como medio en joda: “Tenés que volver a terminar un par de cositas”.
Strómboli piensa que, sean cuales sean esas “cositas”, al menos una de ellas tendrá mucho que ver con Malena Lezcano.

(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario