14/2/09

Episodio XIV: “Hojas de hierba”



(en donde las quejas del narrador con respecto a las vicisitudes de su trabajo pueden confundirse con un subrepticio reclamo salarial, Mamá se enfrenta a un sano complejo de culpa y asistimos, en puntas de pie, a una conmovedora y madura historia de amor )



El narrador de este folletín debe confesar que escribiéndolo no gana para sustos. No es que esté sugiriendo de manera oblicua a la dirección del diario que le aumenten el sueldo, cosa que no vendría nada mal. Lo que quiere decir el narrador es que esta historia lo somete a trajines emocionales difíciles de soportar: en algunos capítulos no pasa absolutamente nada y en otros uno vive con el Jesús en la boca. Así no hay escriba que aguante. Sin ir más lejos véase lo que pasó en el capítulo anterior: Mamá, que ahora sabemos que se llama María Laura, acaba de proveer a Papá, con la invaluable ayuda de su ex – analista, de un vistoso par de cuernos. Caramba. Hasta ese momento esto parecía “La familia Falcón” del siglo XXI. Ahora comprobamos que el más crudo realismo posmoderno se ha enseñoreado de la trama. Así dónde vamos a ir a parar.
Han pasado un par de días desde aquella memorable sesión sicoanalítica en que, en un esfuerzo mancomunado, terapeuta y paciente han hecho reverdecer los laureles de Don Sigmund Freud. En efecto, Mamá se ha curado definitivamente de unas cuantas neurosis. El analista también.
Sin embargo, Mamá, a solas ya con su conciencia, no puede dejar de sentir un ligero escozor. Cualquier observador más o menos objetivo coincidiría con nosotros en apreciar que dicho escozor tiene forma y tamaño bastante parecidos al de una culpa.
Bueno, al fin y al cabo esto habla bastante bien de la salud mental de Mamá, ya que si no sintiera culpa, aunque sea un poquito así, eso significaría que ha caído de la sartén de la neurosis al fuego eterno del comportamiento psicótico, patología brava si las hay.
Dicho de otra manera, Mamá comienza a enfrentarse de manera ineluctable a las consecuencias de sus propias acciones, y está juntando ánimos para decirle a Papá que... bueno, que... ¿cómo diablos se dice una cosa así?
Es casi la madrugada y Mamá no puede pegar un ojo. A su lado Papá duerme el sueño de los justos. Mamá está a punto de despertarlo, varias veces, pero el nudo en la garganta toma proporciones alarmantes. Decide dejarlo para otro día. Eso. Citará a Papá en algún territorio neutral, un bar por ejemplo, y ahí le dirá que... que... Qué momento, mamita querida.

Para evitar meternos de lleno en el desmadre que se viene de manera obligatoria, invitamos al lector, y a la lectora, a irnos por un rato al departamento de Malena Lezcano. Esta visita conlleva doble ventaja: la de hacernos zafar, al menos momentáneamente, del inminente bolonqui y la de permitirnos asistir a intimidades más amables.

El abuelo Strómboli está en la cama. Malena se acaba de levantar y se está dando una ducha. Y canta. Canta, sí, como ninguna. Al menos para Don Strómboli, que está enamorado hasta el tuétano a esa edad en que el amor es más que nunca un milagro.
Cuando Malena sale del baño y se detiene frente a la ventana a secarse el cabello, el contraluz del amanecer dibuja sobre su cuerpo desnudo delicados nimbos de oro y plata. Al abuelo Strómboli casi se le corta la respiración. Pero se sobrepone y murmura:
- “Tremenda y deslumbrante / la aurora me mataría / si yo no llevase ahora y siempre/ otra aurora dentro de mí”
- ¿Y eso de quién es? – pregunta Malena, que además de lindas orejitas tiene un oído perfecto.
- Walt Withman. “Canto a mí mismo”.
- Es hermosísimo.
- Vos sos hermosísima – largo suspiro.
- ¿Qué pasa?
- Nada. Cosas de viejo.
- Vos no sos viejo. Qué pasa. En qué pensás.
- En la eternidad. La eternidad existe, ¿sabés? Pero es transversal.
- ¿Transversal? ¿Cómo?
- Nuestra vida es una línea así – Strómboli dibuja con el dedo un corto segmento horizontal en el aire. Así de cortita. La eternidad es una línea así – el dedo dibuja una larga vertical – La eternidad es una línea infinita que atraviesa un punto, y sólo uno, de este segmento que es la duración de nuestra vida. Bueno, acabo de ver ese punto. Si me hubiera detenido a mirar justo ahí... bueno, me hubiera asomado a la eternidad. Pero no me dio el coraje.
- ¿Por qué?
- Porque tuve miedo de caerme en ese agujero, de morirme justo ahora, que te tengo a vos.
- Pero tal vez no te morías, tal vez te volvías eterno. Inmortal.
- Para qué.
Malena va hasta la cama y lo abraza con ternura. No tengas miedo, mi amor, no tengas miedo, le dice, pero ella también está temblando. Y así, abrazados, se duermen y ahora son un bultito tembloroso y cálido que relumbra apenas en el oscuro mar de la eternidad. Apenas dos hojitas de hierba a quienes se les permite reposar durante un fugaz instante porque han tenido el coraje de abrazarse en pleno corazón de la tormenta.

(Continuará)

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