13/2/09

Episodio XXXVIII: "Bacalao a la andaluza"


(en donde después de verse sometidos a un salvaje, animalesco interrogatorio, el abuelo Strómboli y el Toño Beltramo viven una escena digna de “Luces de la ciudad”pero sin asomo de perfume de violetas)


Resumen de la situación: el abuelo Strómboli y el Toño Beltramo, secundados por los viejitos anarquistas, acaban de hacerse de los papeles con que Bevilacqua pretendía chantajear a un pez gordo, tamaño chancho burgués. Dicho espécimen, a su vez, había pretendido secuestrar a Bevilacqua, para recuperar los papeles y, de paso, munir al ahora ex gerente del Banco de Transilvania de una confortable parcela en algún cementerio privado. Pero hete aquí que los secuestradores se confunden y se llevan a Horacio Pérez, más conocido en este folletín posmoderno como “Papá”. Ha llegado el momento de la negociación. Strómboli y Beltramo, después de liberar a Bevilacqua y señora, están caminando en busca de algún lugar tranquilo desde donde hacer el llamado a los secuestradores. Un auto se les cruza en el camino. Baja el inspector de Interpol Aquiles Ludueña.
- Bueeeenassss – dice el inspector, haciéndose el pavo.
- Buenasssss- contestan a coro Strómboli y Beltramo, amainando el paso como chanchos rengos.
- ¿ Se enteraron lo del lío frente a la casa de Bevilacqua? – dice Ludueña poniendo cara de lechuzón.
- Ni idea. ¿Qué pasó? – dice Strómboli con cara de perro que tumbó la olla.
- Entonces tampoco saben nada de la desaparición de Bevilacqua... – dice el inspector con expresión de pollito mojado.
- Nada. Por qué no nos cuenta – dice Beltramo alargando el pescuezo como loro en jaula.
- Algo me dice que ustedes me tendrían que contar a mí... – dice Ludueña relamiéndose como un zorro en una huevería.
- Nada que ver, inspector... – se defiende Strómboli como gato panza arriba.
- Venimos de la calesita ... – informa el Toño con cara de osito panda.
Como este interrogatorio zoo – policial se está haciendo más largo que camisón de víbora, adelantemos la acción unos cuantos minutos. De nada, amigos/as lectores/as.
Por supuesto, el inspector no les creyó una palabra a Strómboli y Toño, quienes a su vez no se creen ni un poquito que el inspector les haya creído. Así que se apresuran a despedirse, entran a un bar, piden dos cafés y el Toño saca el celular y se lo tiende a Strómboli.
- Prefiero que llames vos, estoy nervioso – dice Strómboli y le acerca el papelito con el número.
- Che, me muero por mirar eso – dice Toño señalando los papeles. Strómboli se los alcanza.
- No sé si te conviene. Pero tenés derecho.
Toño recorre rápidamente la información. Murmura unos cuántos “uy, dió”, “a la mierda” y “yo lo sabía” y le devuelve los papeles como si adentro silbara una víbora de cascabel.
-¿Qué vas a hacer?
- Nada. Salvar a mi yerno y olvidarme. A vos también te conviene olvidarte.
El Toño marca los números y espera.
- ¿Sí?
- Habla un amigo de Bevilacqua. Tengo los papeles que anda buscando. Quiero a Pérez. Vivo.
- ¿Y Bevilacqua?
- No. Bevilacqua voló.
- No hay trato.
- No creo que los de Interpol me digan lo mismo. Uy, justamente ahí pasa el Inspector Ludueña ¿Lo llamo?
- No. Está bien. Hagamos el canje.
Lo demás es puro trámite burocrático. Fijan el lugar y la hora de la transa: a las tres frente al puesto de una florista ciega conocida de Strómboli. El trato es que suelten a Horacio Pérez, con instrucciones de llegar al bar y restaurante “Anda, Lucía”, que está a unos cincuenta metros del puesto de la florista. Una vez que Papá esté a salvo allí, el gallego dueño del bar (andaluz, en realidad, gallegos ya casi no quedan en Argentina) llamará a Toño y Toño le dirá a los secuestradores dónde buscar los papeles. Todo sucede con la precisión y la rutina de un número ensayado hasta el cansancio. A las tres y dos minutos suena el teléfono de Toño.
- Hala, hombre, que ya puedes venir a buscar a este bacalao que han liberao, jolín. Y apúrate, coño, que el tío huele como un caballo muerto.
- Gracias, gallego. Ponelo en un lugar seguro hasta que lleguemos.
Siguiendo el plan, Toño llama a los secuestradores.
- Vayan al puesto de la florista ciega. Vuelvo a llamar en dos minutos.
El Toño y Strómboli están siguiendo toda la acción desde un restaurante chino regenteado por un matrimonio filipino – paraguayo que queda exactamente enfrente del “Anda, Lucía”. Toño vuelve a llamar.
- Vaya hasta donde está la florista y cántele “La violetera”
- ...
- Bueno, hombre, tararee entonces... es más o menos así- y el Toño le tararea la canción mientras Strómboli le tira con un maní porque no aguanta las carcajadas.
Cincuenta metros más allá, un hombre de sobretodo negro recibe de las manos de la florista un ramo de calas. El hombre mete la mano en el ramo, mira y se da por satisfecho. Pega media vuelta y se mete en un auto que lo espera con el motor en marcha. El auto arranca y se pierde en la primera bocacalle. Fin de la cuestión.
El abuelo Strómboli y el Toño se cruzan hasta el “Anda, Lucía”. El andaluz los recibe con aires de matador. Solo le falta el traje de luces.
- ¡Qué! ¿Ya venís a buscar vuestro bacalao? ¡Hombre! ¿De qué letrina lo han sacao?
- Dale, gallego, dónde está mi yerno.
- Gallego un coño, que soy de Granada... Mira, tú, que si fuera gallego no se me hubiera ocurrido tan buen escondite... Me dije: “piensa, Juan José, piensa en dónde esconder a este tío para que no le pase ná...” Y fijaos que magnífico escondite a prueba de balas le he encontrao- y el andaluz los lleva hasta la trastienda y señala la puerta de una gran cámara frigorífica que en otras épocas supo estar llena de productos más comestibles que Papá.
Juan José Rodríguez Rodríguez abre la puerta de la cámara. Papá está hecho un ovillo, blanco como el polo sur, los dientes haciendo traca-traca como unas verdaderas castañuelas andaluzas.
- Coño, me olvidé de bajar el termostato. Pero al menos así no huele tan mal...

(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario