14/2/09

Episodio XII: “Pico Truncado’s blues”



(en donde asistimos estupefactos a una inaudita intromisión escénica del narrador, la familia se reúne (a duras penas) para tratar su delicada situación, pero es interrumpida nuevamente por el insólito narrador en una maniobra autorreferencial , egocéntrica y light típica de la posmodernidad más recalcitrante)



Aprovechando que los protagonistas aún están en los camarines, el narrador de este intrascendente folletín posmoderno, con un innegable sentido de la oportunidad escénica, sale furtivamente al proscenio, saluda al público lector con una profunda reverencia y dice: que agradece muchísimo a taxistas, quiosqueros, agentes inmobiliarios, docentes, libreros, científicos, chefs, fabricantes de (exquisitos) churros artesanales y demás honestos gremios el apoyo y los elogios brindados tan generosamente a su tarea, pero que por favor dejen de llamarlo “Strómboli”, que le están causando una crisis de identidad y que con vivir en este país ya tiene bastante. Aplausos. Viendo con agrado que su breve disertación ha merecido la cálida simpatía del público, el narrador se anima a despachar unos versos del Martín Fierro. Más aplausos. El narrador, decididamente en su salsa, ensaya unos pasos de zapateo americano mientras silba “Tico tico no fubá” al mejor estilo de Pepe Iglesias, “El Zorro” . Un decidido tomatazo impide que el narrador arremeta con el monólogo de Hamlet. Qué gran artista se ha perdido el mundo. Por suerte. Camine a cucha y póngase a escribir de una vez. Habráse visto, Di Benedetto, hombre grande. El narrador, con cierta patética dignidad, hay que decirlo, hace mutis por el foro, se encamina a su sucucho, se sienta frente al teclado, aprieta “enter” y así da comienzo al capítulo de hoy, que dice:

Consejo de guerra en la residencia Pérez Strómboli. La reunión es presidida por Mamá, quien parece haber superado la crisis producida por su irresuelto complejo de Electra y de esa manera ha terminado por (casi) aceptar a Malena Lezcano, la novia de su papá, como integrante de la familia.
Alrededor de la mesa de algarrobo, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, si es que las agujas del reloj tienen algún sentido , se encuentran además de Mamá: Papá, que juguetea con el control remoto, el abuelo Strómboli y Malena, tomaditos de la mano, Carlita y su novio Sebastián con las cabecitas juntas y Dante y Lautaro pateándose bajo la mesa. El benjamín Emanuel y el perro Cachafaz parecen ser los más juiciosos y se limitan a mirar y a esperar.
- Bueno – dice Mamá, las palmas apoyadas sobre la mesa – los reuní a todos porque es necesario que hablemos de la situación que tenemos aquí- ambas palmas dan un seco golpecito sobre la mesa.
- ¿Dónde eztá la zituazión, mami? – pregunta Emanuel mientras busca con los ojitos sobre la mesa.
La inocente pregunta da rienda suelta a una algarabía general ampliamente desaprobada por Mamá, que parece ser la única consciente de que el horno no está para bollos.
- La situación- dice mamá en voz muy alta y como conteniéndose – es que Papá no tiene trabajo y nos estamos quedando sin plata.
- Ah. Eza zituazión – se deziluz...digo, se desilusiona Emanuel, que esperaba algo más novedoso y divertido.
- Sí. Esa situación. Bueno: ¿qué hacemos?
- ¿La revolución? – dice el abuelo Strómboli poniendo su mejor cara de Trotski y haciendo que Malena, que esta bebiendo una infusión de manzanilla, se atragante de la risa y riegue la mesa con una fina lluvia de té.
- Qué chanchita – dice el abuelo mientras le alcanza una servilleta de papel.
- Papá: cortala, por favor.

El tenso silencio que sigue se vuelve ocasión propicia para una digresión espacio-temporal: sucede que al momento de escribir estas líneas, el narrador no se halla apoltronado como de costumbre en su habitual silla frente a su vieja computadora. No, qué va. ¿Dónde se encuentra, entonces, el narrador de este folletín posmoderno? Pues en un pueblo que parece ser, a juzgar por lo que se ve desde aquí, todo un baluarte de tiempos idos, y que lleva el nombre, no sabemos si poético, geofísico o geométrico, de “Pico Truncado”.
¿Qué qué diablos hace el narrador en Pico Truncado a las siete de la mañana, tomando un horrible café de terminal, tan horrible que es en sí mismo una experiencia terminal?
Buena pregunta. En las ocho horas que distan desde su partida de Puerto Madryn, el narrador ha tomado seis horribles cafés terminales, ha mascado chicles a mandíbula batiente, ha bajado a fumar en Trelew, ha dormido como un bendito hasta Comodoro, donde hizo trasbordo; ha bajado subrepticiamente en Caleta Olivia para hacer pipí y fumar otra vez y ha visto con consternación como el micro partía sin él, pero con su bolso, dejándolo varado en la ciudad del Gorosito. Breve momento de pánico.
Quiso la suerte que pudiera abordar otro micro casi de inmediato. Con inmenso alivio, el narrador constata que el transporte original está aguardándolo en Pico Truncado para devolverle su querido bolsito gris. Rogamos al lector que tenga la amabilidad de tararear el “Himno a la alegría” de don Ludwig van. Gracias.
Sucede que el narrador ha sido invitado a disertar en la Feria del Libro de Pico Truncado y está aprovechando lo temprano de la hora para adelantar un poco de trabajo.
Lo que a todas luces no adelanta es la historia de los Pérez Strómboli, ya que el narrador, visiblemente afectado por los acontecimientos recién referidos y también por cierta variante pedestre y económica del efecto “jet-lag” no tiene ni la menor idea de cómo continuar esta saga familiar.
El lector, o lectora, no podrá menos que aplaudir el coraje cívico del narrador, quien se anima a reconocer públicamente su absoluta falta de ideas, a diferencia de, por ejemplo, la mayoría de nuestros funcionarios públicos.
Tanta sinceridad tiene, sin embargo, un premio inmediato: el de constatar que este pastiche posmoderno está excediendo los estrechos límites de la novela convencional para convertirse en algo así como un reality-show literario, muy acorde con los tiempos que vivimos.

- Di Benedetto, si no se pone a escribir en serio, corre serio riesgo de ser nominado en cualquier momento.
- Ufa. Otra vez al maldito yugo. Y encima ganó Osama Bin Bush. Puaj. En fin. Pero no todas son pálidas: ha renacido la antigua garra charrúa: ¡Vamos Tabaré, todavía!


Continuará (si los lectores no votan en contra)

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