13/2/09

Episodio XXXIII: "Tarde de perros"



(En donde después de un breve repaso de la situación, el narrador chambonea una aproximación freudiana al aparato psíquico de papá, con resultados nada alentadores, y después lo sigue en su eterno periplo en busca de un trabajo digno, o algo así)


Capítulo treinta y tres. Qué buen momento para decir, como José Hernández en el Martín Fierro que “en treinta y tres me planto”. O al menos para echar la falta envido. Pero no hay caso, hay que seguirla yugando con esta familia de locos.
La cosa está así: don Strómboli viene de zafar milagrosamente, dicho sea esto con toda propiedad, de un infarto y hace como un mes que se alimenta a sopita, nada de alcohol ni tabaco y mucho menos de sexo: digamos que Strómboli está más insoportable que nunca, lo que ya es mucho decir. Malena se ha reencontrado con su padre, a quien había jurado no volver a ver desde que este hachedepé se había rajado del país con par de valijas repletas de dólares producto de ciertas maniobras non sanctas realizadas prolijamente desde su puesto en el Ministerio de Economía. Así que ahí anda esta buena y suculenta muchacha: desgarrada en un conflicto interno provocado por su lealtad simultánea a un novio anarquista y un padre neoliberal, ambos exponentes extremos de su respectiva especie. Y además los dos son de aproximadamente la misma edad, así que el complejo de Electra de la pobre Malena está que arde.
Mamá sigue escribiendo la biografía de su padre. Biografía no autorizada, por supuesto. Y cuando Juan Carlos Strómboli se entere de lo que su hija está escribiendo ahí, no sólo seguirá siendo no autorizada sino que lo más probable es que pase a ser una biografía incinerada. Junto a la autora del mamotreto.
Otro que las está pasando canutas es Papá: desde hace meses sin trabajo, la autoestima del tamaño de una boñiga de cabra, acosado por los acreedores pero mucho más por un superyó bastante parecido a Hannibal Lecter, un superyó caníbal que le roe los riñones y el alma mientras el yo se le acucaracha kafkianamente y el ello se dedica al pataleo con justa causa, ya que nadie le da pelota.
Y ahí lo tenemos, propiamente hecho una kafkita, con el diario bajo el brazo, haciendo antesala en las oficinas de un banco al que ha ido a pedir empleo junto a otros ciento dieciséis postulantes. En realidad ya ha pasado la primer ronda, atendida por el personal subalterno del banco. Le han dicho que espere, que el señor gerente, en persona, desea hablar con él. Iluminado por una tenue luz de esperanza, Papá se sienta en el hall y espera y espera y espera. Durante la amansadora, a falta de mejor ocupación, procede a una detallada inspección ocular del personal femenino del banco. No hay gran cosa, salvo la morocha de ojos claros de la privada del gerente, que cruza y descruza las piernas debajo del escritorio mientras lo mira con absoluto desprecio.
Resignado, Papá cierra los ojos y se dedica a su pasatiempo favorito: imaginar que se mudó a otro planeta. Un planeta sin bancos ni deudas ni morochas de ojos claros y fríos como el hielo.
- Señor Pérez...
...un planeta con forma de cubo, como el Mundo Bizarro de Superman. Un mundo donde todo sea al revés, un mundo donde...
-¡SEÑOR PÉREZ! – Papá abre los ojos y ve a la morocha que lo mira casi furiosa. Bueno, se puede decir que este hombre todavía es capaz de despertar emociones en una mujer hermosa – El señor gerente lo va a recibir ahora. Sígame por favor...
Papá, cómo no, la sigue. Con cierta triste satisfacción comprueba que el trasero de la morocha está a la altura de sus ojos. Claro que esto lo decimos de manera metafórica, si no estaríamos hablando más de un cuadro de Picasso que de una señorita en edad de merecer.
La morocha abre la puerta del enorme despacho y lo deja pasar como quien mira pasar un cadáver de perro flotando en el Riachuelo. A la pasada, Papá aspira una buena bocanada de perfume francés, un aroma que lo hace pensar en jazmines y manadas de lobas en celo. En el escritorio hay un gordo pelado, repantigado en su sillón de cuero y con las manos detrás de la nuca. El pelado lo mira, muestra todos los dientes en algo parecido a una sonrisa y dice:
- ¡Qué hacé, gayego!
- ...perdón – tartamudea Papá... -¿Nos... nos conocemos...?
- ¿Qué? ¿No te acordás de mí? ¿De “Fierrito”?
- ¿Fierrit...? ¿ “Fierrito” Bevilacqua? ¿Qué hacés acá?
- ¿Cómo qué hago, Gayego? ¿Cómo qué hago? : soy el “capo de tutti i capi” acá adentro. ¡Gayeguito viejo nomás! ¡Tantos añ...! ¿Así que buscando labur...? ¡Sentate, sentate nomás! ¿Y, te gusta? – dice el pelado casi sin respirar.
- ¿Quién? ¿Si me gusta quién?
- No te hagá el boludooooo.. Si vi cómo la mirabas... Es un avión en la cama esa yegua.
- Sí, claro, je... - dice Papá mientras se pregunta dónde quedará el agujero negro más próximo. Bevilacqua, sin perder tiempo, acomete una larga y truculenta descripción de las habilidades sexuales de la morocha. Veinte minutos después, Papá siente que tiene el estómago revuelto. Y además hace más de dos horas que su vejiga está pidiendo a gritos algún tipo de instalación sanitaria, así que se arriesga a interrumpir:
- Decime, Bevilacqua, eeeh, la verdad es que te felicito por la morocha... pero, sabés que ando hace rato sin laburo...¿ tenés alguna posibilidad de que yo, esteee, bueno...
- ¿De darte laburo?
- Sí, claro...
- Ni la más mínima, mi viejo. Que querés. Mirá – señala una pila de currículums – tengo que elegir uno de todos esos. Todos de menos de treinta. Hay seis con un master en Harvard. Tenés menos posibilidades de entrar acá que de venderle un calefón a un ñandú. ¡Pero qué lindo verte, che!
- Sí, bueno, tengo que seguir...- Papá hace unos circulitos con el dedo, simulando el movimiento una noria- ... un gusto verte, je ...
- ¡Pero ché! ¿Ya te vas? ¿Por qué no nos juntamos a comer un día de estos, con las patronas?
Papá, que ya ha llegado hasta la puerta, se para en seco. Gira lentamente pivoteando sobre los talones, sonríe y dice:
- Andá a cagar, Bevilacqua.
Sin esperar respuesta, abre la maciza puerta de roble y ve que la morocha lo está mirando con los ojos abiertos como dos platos soperos. Papá está pensando si saludarla o no, al fin y al cabo ya es como una vieja conocida, cuando siente que un circulito metálico y frío se le dibuja en la sien. Mirando por el rabillo del ojo ve algo muy parecido a un Smith & Wesson calibre 357 Mágnum, más allá un brazo cubierto de una tela a rayitas finas y más allá una cabeza cubierta con un pasamontañas y en el pasamontañas un agujero y en el agujero una boca que dice educadamente:
- Si te movés o gritás sos boleta.
“Qué gracioso, hacer boleta a un contador” - piensa Papá antes de hacerse totalmente cargo de la situación y de que un chorrito de pis se le escape tibia y lentamente todo a lo largo de su pantalón gris.

(continuará)

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