14/2/09

Episodio XXVIII: "Great balls of fire"


(en donde Malena sufre un repentino ataque de gataflorismo, se suspende un concierto en plena función y el abuelo Strómboli debe conformarse con un solo de oboe)


Nuestro correo de lectores ha recibido una nota del IN.D.A.L.E.C.I.O (Instituto De Alerta y Lucha Extrema Contra Otros Institutos) quejándose de que la historia de los Pérez Strómboli avanza poco y nada . Qué podemos decir salvo que estos lectores trelewenses tienen mucha razón. El narrador está medio colifato con esto de la posmodernidad y es indudable que su excesivo apego a la experimentación formal lo ha hecho extraviarse en el laberíntico barrio de los kinotos. Pero su subconsciente ha decidido ajustar cuentas con él, produciéndole pesadillas como la del capítulo anterior, así que es de esperar que este buen señor se decida de una vez a ejercer su oficio como corresponde. Por otro lado, fuentes fidedignas aseguran que el narrador anda bastante encabronado con sus personajes, que se andan haciendo los retobones. Pobrecitos, no saben lo que les espera.

La escena transcurre en el departamento de Malena Lezcano. Hace unos días que los Pérez Strómboli han conseguido regresar de sus vacaciones sin tener que lamentar víctimas fatales. Malena está en el baño haciendo esas cosas misteriosas que hacen las mujeres mientras su hombre las espera en el living o en el dormitorio. Su hombre, en este caso específico el abuelo Strómboli, la espera en el living, repantigado en el sofá, mirando el Discovery Channel y dándole vueltas a la copa de martini en donde una solitaria aceituna baila su última danza sensual. En el aire flotan perfumes orientales provenientes de algunos sahumerios colocados estratégicamente. Malena sale del baño con su camisón de raso negro. El cabello, corto y oscuro, enmarca un rostro perfecto. Se detiene frente al espejo a darse una ultima retocada y con los labios hace un delicioso pucherito. Pasa frente al abuelo Strómboli arrastrando detrás de sí una tenue nube aromática. Malena huele a trébol, a sol y a miel. La piel bronceada resalta sus ojos ambarinos. El camisón revela sutilmente la curva de las caderas y la redondez de los pechos. Adivinen en qué está pensando el abuelo Strómboli.
Malena se sienta a su lado y toma la copa servida para ella.
- ¿Qué estás mirando?
- A vos. Qué más puedo mirar – dice el abuelo Strómboli y la abraza.
- En serio.
- Nada. Unas arañitas que se comen a su mamá desde adentro. Bichos de porquería.
- ¿Por qué? Es su naturaleza.
- Entonces es una naturaleza de porquería. Qué rico olorcito tenés en el pelo.
- Tenés una concepción muy antropocéntrica de las cosas – dice Malena, que por algo es antropóloga.
- Que te recontra, por las dudas. Qué pancita tan linda y tan tibia. Cuchu cuchu cuchu.
- Quiero decir que...
- Ya sé lo que querés decir. Dame un besito.
Malena le da un besito. Bueno, en realidad es bastante más que un besito, pero no vamos a entrar en detalles aquí. Haciendo honor a su apellido, Strómboli parece a punto de entrar en erupción. La sangre le empieza a correr como lava ardiente. Malena es un minón, pero además este hombre está enamorado hasta el caracú. A un tipo así no lo parás ni con bolsa mojada. Las manos de Strómboli recorren sabiamente la espalda de Malena. No hay duda de que el chabón sabe cómo hacer música con ese Stradivarius. Piannisimo. Con dolcezza. Andante ma non troppo. Piu andante. Allegro. Sforzatto. Da capo, tantas veces como sea necesario. En este tipo de piezas musicales es contraproducente comenzar, qué paradójico, por la Introduzione. Eso es para los músicos chapuceros o principiantes. Y no es éste el caso. Bien, la cosa es que estamos a punto de llegar a la parte culminante de este concerto grosso: el dúo para violín y oboe. Un atrevido y virtuoso contrapunto instrumental en el que volarán chispas, como mínimo. Pero ( en la vida de Juan Carlos Strómboli siempre hay un pero) justo en ese momento Malena se incorpora bruscamente y se queda mirando fijo la pantalla.
- ¿Qué pasa, mi amor?
- Nada. No sé. Es que sos demasiado antropocéntrico.
El abuelo Strómboli trata de pensar con claridad, pero no lo logra. En realidad, en este momento Strómboli está como Frodo Bolsón al final del Señor de los Anillos: tiene la mente fija en una gran rueda de fuego. Bueno, no es una rueda, precisamente. Un óvalo, digamos. Vertical. Ya saben de qué estamos hablando.
- Mirá, “antropocéntrico” no sé: más bien estoy hecho un antropoide – Strómboli se golpea el pecho como un buen gorila de espalda plateada.
- No estoy bromeando, Juan Carlos – dice Malena secamente.
- Pero... ¿qué te pasa?
- No sé... no puedo...
- ¿No podés o no querés?
- No sé si quiero. Me siento como... lejos. No sé. Necesito pensar. Creo que tendríamos que tomarnos un tiempo... – y así, sin transición, Malena declara cancelado el concierto por tiempo indefinido.
El volcán Strómboli queda reducido a una miserable fumarola. Es que el hombre tiene la suficiente experiencia como para advertir las resonancias fúnebres de la frase “tendríamos que tomarnos un tiempo”. Esas palabras han sido esculpidas demasiadas veces en las lápidas de las tumbas de los más grandes amores.
Malena se levanta lánguidamente, va hacia la ventana y se queda mirando la ciudad que brilla allá abajo. Strómboli la mira. Malena está más hermosa que nunca. Un verdadero Lucero del Alba. Pero distante como Betelgeuse. O tal vez unos años luz más allá.
- Creo que mejor me voy – dice el abuelo Strómboli. Ya se sabe: soldado que huye, etcétera. Pero al levantarse y tomar sus llaves de la mesita ratona, advierte que, bajo unos papeles, asoma un sobre festoneado con los colores nacionales franceses. El nombre de Malena aparece escrito por una firme letra varonil.
- Malena: ¿tenés algo que decirme?
- No – un largo silencio - Mañana te llamo- Malena se da vuelta y le da un beso en la mejilla.
Cinco minutos después, en el ascensor, el abuelo Strómboli desciende hecho un guiñapo. Un guiñapo muy dolorido en su parte media, además. Es que han comenzado a hacerse sentir los efectos de las grandes cantidades de lava que pugnan por salir al exterior. Un dolor de aquellos.
Corte a plano general. Una calle oscura, solitaria y larga, demasiado larga. Una figura de hombre camina dificultosamente por el centro de la calzada. Lleva las manos en los bolsillos y el alma, y otras partes de su anatomía, atravesadas por profundos, lacerantes dolores.
Mientras la pantalla funde lentamente a negro, se escucha un triste, melancólico solo de oboe.

(continuará)

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