13/2/09

Episodio XL: "Japi end II"

(en donde el narrador ( que ya se cansó de escribir “en donde patatín y patatán”) decide tirar definitivamente la toalla, las chancletas y cuanta cosa tiene a mano mientras los Pérez Strómboli se entretienen tirando manteca al techo)

Retomando un poco: el avión se está perdiendo entre las nubes. En el avión va el padre de Malena, ese mascalzone que logró burlar una vez más a Interpol llevándose unos papeles más que comprometedores para él (y para unas doscientas cuarenta y cuatro personas más, entre las que podríamos contar tres ex-presidentes de la Nación, seis ministros de economía, dieciocho subsecretarios, ciento veintidós capitanes de la industria, treinta y cuatro generales, dos famosas conductoras de TV y hasta un coiffeur) La mano de Strómboli, consoladora, se pierde en ciertas maravillosas y cálidas regiones de la anatomía de Malena, quien se sorbe los mocos (al fin e cuentas el mascalzone es su padre) y dice:
- Tócala otra vez, Sam.
Y esa frase es el comienzo del fin. Sí, señores y señoras, hemos llegado al capítulo final de los Pérez Strómboli. Un final con tutti le fiocche. Esto se acaba, señores y señoras, guarda la tosca.
Finalmente una onda de paz y amor se derrama sobre la residencia Pérez Strómboli. Bueno, paz no tanto, pero amor, lo que se dice amor, bastante. Las escenas que se desarrollan a continuación tienen mucho de sexo, drogas y rock´n´roll, pero sin drogas y sin rock´n´roll:
- Dormitorio principal: Papá y Mamá ensayando la posición sesenta y tres del Kamasutra.
- Dormitorio del abuelo Strómboli: el susodicho y Malena rememorando cierta escena de “Nueve semanas y media”, pero sin crema ni frutillas.
- Quincho: Carla y Sebastián absteniéndose del uso de profilácticos más por razones de urgencia que de religiosidad.
- Dormitorio secundario: Dante y Lautaro haciéndole los honores a una cinta porno-soft.
- Jardín trasero: el Cachafaz y Lupita van por la revancha. Puro traca- traca de almitas inocentes.
En resumidas cuentas: en estos momentos unos veinticinco millones de espermatozoides están iniciando un camino incierto.
¿Incierto? Bueno, no tanto. Salvo los diez millones correspondientes a Dante y Lautaro, el resto, que no es poco, sabe muy bien adonde va.
Y el narrador, modestia aparte, está en condiciones de afirmar que al menos tres de esos bichitos coludos llegarán a feliz destino. Sin contar a los siete del Cachafaz.
En efecto, unos meses más tarde nos encontramos a Mamá, Carla y Malena chocándose las panzas y tejiéndose unas a otras primorosas batitas y graciosos escarpines mientras patean peludos y simpáticos cachorritos de ambos sexos.
Los machos (humanos) de la familia andan, cuando no, como medio desconcertados entre tanta complicidad femenina. Papá está considerando seriamente conseguirse un trabajo. Sebastián está considerando algo, no sabemos muy bien qué. Y el abuelo Strómboli, después de que Malena le curó el julepe de ser padre a los sesenta y ocho nombrándole ejemplos insignes como Charlie Chaplin, Pablo Picasso y Anthony Quinn, no hace otra cosa que disfrutar y disfrutar de esto tan raro, tan caliente, tan posmoderno, que es sentirse futuro padre, abuelo y bisabuelo. Todo a la vez. Y todo por el mismo precio.
Ser feliz es barato – piensa, de manera no muy original, Juan Carlos Strómboli - pero cuesta casi toda la vida darse cuenta.

FIN

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