13/2/09

Episodio XXXIV: "No digas sí, di oui"

(en donde la cosa se pone decididamente jodida: asistimos con indignación a un atraco en “zona liberada”, Papá sigue sin poder ir al baño y el Cachafaz se quema con una torta frita)

Resumen de la situación: Papá va a pedir trabajo a un banco y, después de entrevistarse infructuosamente con el gerente, un viejo conocido de quien se despide no muy amablemente, sale al hall principal y un encapuchado lo encañona con un revólver de alto calibre. Era hora de que este folletín posmoderno tuviera un poco de acción.
El hall del banco parece una película de John Woo: empleados y clientes tirados por el piso, encapuchados con armas largas, y no precisamente trabucos naranjeros, parados sobre los escritorios mientras otros encapuchados meten en bolsa toda la biyuya que encuentran, sin despreciar tampoco un par de Rolex y algún que otro collar de oro. Todo sucede en el más absoluto silencio. Papá, o al menos la parte de Papá que no está muerta de miedo, piensa que a esa escena le está haciendo falta música. Un buen tema de Enio Morricone, por ejemplo. Un empujón lo saca de sus cavilaciones cinéfilas.
- Caminá – dice el tipo del Smith & Wesson. Papá camina. Todos los encapuchados salen en perfecto orden. En la puerta del banco hay dos autos relucientes esperando con el motor en marcha. A Papá lo empujan adentro del auto de atrás. Cuando todos están a bordo, los autos arrancan suavemente. Dos cuadras más allá se cruzan con un patrullero. Papá cree ver que el conductor saluda a los policías. Uno de los policías responde al saludo, sin escandalizarse, aparentemente, por el espectáculo inusual de siete encapuchados paseando con fusiles e Itakas de vistoso tamaño . Así dónde vamos a ir a parar.
- Che – dice uno de los tipos señalando a Papá con el pulgar - ¿No era que el tipo era gordo y pelado?
- Qué sé yo – dice el del asiento de adelante sin darse vuelta – Estos ricachones maricas se la pasan haciéndose tratamientos. Se habrá hecho el entretejido. O tendrá peluca
- A ver – dice el primer encapuchado pegándole un tirón en el jopo a Papá – No. El pelo es de él.
El encapuchado de adelante se da vuelta y mira a Papá.
- Debe ser un tratamiento nuevo. Con algas o alguna porquería de esas.
- Ésas son macanas. El pelo no te crece ni aunque le recés a San Cayetano.
- A San Cayetano se le reza para que te dé laburo, boludo.
- Cruz diablo – dicen los dos a coro, largando la carcajada.
- Che – tercia el conductor – déjense de boludeces. A ver si me lo tabican al tipo de una buena vez.
- Tá bien – dice el primero – Y encaja una bolsa en la cabeza de Papá.
- Oiga, don – dice el del asiento de adelante – después me anota en un papelito dónde se hizo el tratamiento para el pelo...
- Callate, boludo – gruñe el conductor, al parecer el único verdadero profesional a bordo.
- Y bueno, qué querés, ya se me están notando las entradas y no tengo ni cuarenta, todavía.
- ¿Por qué no le mostrás el D.N.I. también, a ver?
- Dale, loco, como si yo fuera el único que se está quedando pelado acá... miralo a éste... si parece...
- ¡Callate de una vez, merluzón!
- Perdón – dice Papá – Necesito ir al baño.
- Callate vos también – dice el encapuchado de atrás, dándole un cachetazo en la nuca, valga la contradicción, que los verdaderos cachetazos son en los cachetes. De la cara.

Varias horas después, en la residencia Pérez Strómboli, Mamá comienza a sentirse vagamente preocupada por la tardanza de Papá.
La mayor parte de la familia está reunida frente al televisor. Mamá ha preparado una sencilla merienda que incluye scones, bizcochuelo de vainilla, tortas fritas, unas porciones de lemon pie que tenía en el freezer, pan casero, dulce de higo, mermelada de damascos, varias tajadas de queso gruyere y tres galletas de gluten para el abuelo Strómboli quien, obviamente, se está quejando de la magra y aburrida porción que le toca en la repartija.
- Dale, hija – gime plañideramente – una tajadita de queso, una solita...
- Ni hablar. El colesterol. Mucha sal. La presión.
- Entonces un poco de lemon pie...
- Menos: azúcar alto. Tenés que cuidar tu vida, papá...
- Para qué quiero estar vivo – dice Strómboli y se traga una galleta de gluten.
- Para quererme a mí – dice Malena, mientras le alcanza media tajada de queso por abajo de la mesa.
- Malena: te vi.- dice Mamá- Bueno, la que lo va a cuidar y a cambiar los pañales vas a ser vos, así que para qué me hago mala sangre.
- No seas mala onda, hija.
-¡No soy mala onda! ¡Acá soy la única que te cuida! - rezonga mamá mientras aprieta un botón del control remoto para poner Crónica TV.
- “ ...asacre en una villa del conurbano! ¡Treinta y dos muertos y sesenta y ocho heridos es el trágico resultado de...”
- ¿Vos te creés que esas noticias me hacen mejor que el lemon pie? – chicanea el abuelo Strómboli
- Callate, Pá. Dejame escuchar.
- “...Último momento: asalto en banco de la zona céntrica. En un operativo tipo comando, un grupo de malvivientes desvalijó una sucursal del Banco de Transilvania. Si bien no hubo que lamentar, todavía, víctima fatales, se teme por la vida del gerente de la sucursal, al parecer retenido como rehén por los malhechores. Escuchemos ahora declaraciones de la secretaria del alto ejecutivo secuestrado...”
La mitad de la pantalla es ocupada por el rostro de la espectacular morocha que ya conocemos. El abuelo hace que se atraganta con su tercera galleta de gluten. Malena alcanza a darle un pellizcón justo antes de que Mamá, pálida como un esquimal, señale la otra mitad de la pantalla, ocupada por una foto en blanco y negro de su marido, con un cartelito abajo que dice: “el gerente secuestrado”.
- ¿Eze ez papá? – pregunta Emanuel con la cara chorreando crema de limón.
- ¿Horacio? ¿Gerente? ¿Gerente de qué, ese inútil? – dice Mamá, obviamente sobrepasada por la angustia.
En ese momento suena el timbre de calle. Mamá, sin dejar de mirar el televisor, corre a atender. En el camino tropieza con el Cachafaz, que, vía Malena, ha logrado agenciarse de una torta frita. Mamá abre la puerta. Hay dos tipos grandotes. Uno de ellos, notablemente parecido al sargento Dodó, saca una credencial mientras pregunta:
- ¿Usted es la señora de Horacio Orlando Pérez?
- Sí... – dice Mamá, que está a punto de hacerse encima.
- Inspector Ludueña, Aquiles Ludueña, de Interpol. ¿Podemos pasar?
En el silencio pétreo que sigue a continuación, sólo se escucha el gruñido del Cachafaz, ofendido con la torta frita que, al parecer, está demasiado caliente.

(continuará)

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