14/2/09

Episodio XXXI: "Efecto túnel"


(en donde este folletín posmoderno alcanza alturas decididamente místicas y de paso nos enteramos de que Dios no atiende en Buenos Aires)


El túnel está hecho de pura luz y parece ser infinito. Al final del túnel brilla una luz cegadora. Juan Carlos Strómboli asciende flotando. Una fuerza suave pero irresistible lo está arrastrando hacia aquella incandescencia. A su alrededor revolotean unos seres como fugaces pájaros transparentes. Hay un silencio absoluto que no es en absoluto silencio, sino el minucioso entretejido de delicadas voces. “Son ángeles” piensa Strómboli “ y están cantando”. Algo lo hace mirar hacia abajo. Para qué. Allá abajo está su cuerpo. Demasiado quieto. Alrededor hay unas cuantas personas, entre las que reconoce a Malena Lezcano. Malena está llorando.
La conclusión a la que llega Strómboli es obvia: se murió. Crepó. Kaputt. Out. Cést fini. Disculpen los lectores este exceso políglota, pero la ocasión lo amerita.
Pero, un momento: ¿cómo que se murió Strómboli? ¿Si la última vez que lo vimos estaba vivito y coleando, entrando con el Cachafaz al departamento de Malena?. Bueno, en honor a la verdad hay que decir que el único que coleaba era el Cachafaz. Pero Strómboli estaba indudablemente vivo, a pesar de carecer de apéndice caudal. ¿Cómo llegamos a esto? Mejor retrocedamos algunas escenas. ¿Dónde está el maldito control remoto? Ah, sí. A ver: “rew”. Ya está.
Strómboli y el Cachafaz entran al departamento. El Cachafaz va directo hasta la cucha de Lupita, ubicada en el balcón terraza trasero. Strómboli, en cambio, se queda parado en mitad del living. Siente estar viviendo una pesadilla. Por detrás de Malena, que lo mira con lágrimas en los ojos, aparece la figura de un hombre. Tiene más o menos la misma edad que Strómboli, pero está vestido con un impecable traje de Kenzo. En la muñeca brilla un Rolex de oro. Lo que se dice un verdadero pez gordo. O un verdadero chancho burgués, para más precisiones político-zoológicas. Strómboli está a punto de preguntar “quién este tipo” o algo así. Levanta el dedo índice para señalarlo. En ese momento el tipo sonríe. El gesto, deslumbrante como un flash, dispara en la mente de Strómboli una sucesión de fotografías en las que brilla esa misma sonrisa: el tipo junto al presidente del Banco Central, el tipo abrazando al enviado del FMI, el tipo en Punta del Este al lado de la modelito de turno, el tipo cazando avutardas en el Chubut junto a Ted Turner, el tipo atrás del sillón presidencial, el tipo viajando a Washington a transar un crédito de miles de millones, el tipo rajándose a Europa con un par de valijas en las que se llevaba una buena parte de esos miles de millones, dejando atrás tierra arrasada.
- Yo a usted lo conozco... – dice Strómboli con un nudo en la garganta – Usted es... se llama...
- Se llama Juan Felipe Lezcano Acevedo- dice Malena. Y agrega con un hilo de voz: es mi papá.
- ¿Tu papá? Mi amor, entonces tengo que decirte que tu papá es un recontra hijo de mil... - Strómboli siente que una garra helada se le mete en el pecho y le estruja el corazón, haciéndolo caer de rodillas – de mil... puta... - alcanza a decir antes de caer como fulminado del rayo.

Pero ahora Strómboli ha dejado atrás esas cuestiones sin importancia. Ahora todos sus sentidos están absortos en la luz brillantísima que cada vez está más cerca. Al final del túnel sólo hay esa luz. Se respira un aroma de rosas y jazmines del país. La luz no está quieta: es como un remolino de nubes iridiscentes que irradian paz. Paz y una alegría majestuosa. Strómboli siente que esa alegría lo invade. Se siente niño otra vez. Se sumerge en la luz y revolotea como un gorrión dentro de esa gloria infinita. Se ríe a carcajadas.
- ¡Pero esto es DIOS! ¡Pero entonces Dios EXISTE! – grita sin poder contenerse.
- Claro que existimos, tarado. – dice una Voz que parece venir de todas partes a la vez.
- ¿”Existimos?” ¿ Son más de uno, entonces? – pregunta Strómboli sin asustarse por el efecto tipo Dolby cuadrafónico y sintiéndose más curioso que ofendido.
- No. Somos uno solo. Pero hablamos así. Qué vachaché.
- Oiga. Usted habla como un argentino.
- Sí. Para que podamos entendernos mejor. Pero, lamentamos decepcionarte, no somos argentinos ni atendemos en Buenos Aires. En realidad no atendemos en ninguna parte, salvo aquí, claro.
- Bueno, es un honor conocerlos, señores... Señor- se apresura a corregir Strómboli.
- Veamos: Juan Carlos Strómboli, periodista jubilado, anarquista, divorciado dos veces, mujeriego, cabrón malhumorado y... ateo. No es lo que se dice un currículum impresionante...
- Bueno, Señor, puede tachar lo de “ateo”, si gusta, je.
- ¡Ah! : ver para creer ¿no?
- Y... sí... pero no lo tome como nada personal ¿vio?. La influencia del positivismo, esas cosas...
- Para Nosotros todo es personal. No nos queda otra. Pero no tenemos nada contra los ateos. Al menos hacen la suya sin intentar negociar con Nosotros después, prendiéndonos velitas.
- Al final resultó ser bastante piola, usted. Digo: Usted.
- No hace falta que pases de ateo a chupamedias, hijo. Ustedes los humanos no tienen término medio, caramba. Bueno, gracias por la visita.
- ¿Cómo? ¿No me voy a quedar?
- No. Tenés que volver a terminar un par de cositas. Te prometo que volveremos a encontrarnos.
- ¡Pero no me quiero ir! ¡Me gusta acá! – patalea Strómboli
- Arrivederci, Strómboli. A ver si Nos mejora ese carácter.
Y acá lo tenemos a Juan Carlos Strómboli, bajando por el mismo túnel por el que llegó, pero esta vez sin coros celestiales y a velocidad crucero.
El sacudón de la llegada le hace abrir los ojos. Tarda un rato en enfocar y en reconocer en dónde está. Una habitación blanca, llena de aparatos que hacen bi-bip. Alrededor de su cama están Malena, el padre de Malena, Mamá y Papá.
- ¿Y ustedes qué catzo están mirando? - gruñe, ya definitivamente él mismo, el abuelo Strómboli.

(continuará)

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