14/2/09

Episodio XIX: “Ding, dong, dang”



(en donde el narrador sigue escorchando con sus problemas de género en la escritura, se demuestra que el espíritu navideño desciende hasta sobre una casa de locos como la de esta historia, el Cachafaz pasa parte de enfermo y el narrador hace una promesa que no está seguro de poder cumplir y un brindis que sinceramente espera ver cumplido tarde o temprano )


El lector perspicazo y la lectora perspicaza (el narrador, que sigue preocupado por el bendito problema de los géneros, está tratando de poner en práctica una idea acuñada por Roy Centeno Humprheys en esta misma contratapa. Según don Roy, por ejemplo, los futbolistas varones deberían ser llamados “futbolistos” y los pianistas, “pianistos”. De esta manera no se incurriría en injusticias de signo inverso a las que se cometen todos los días, como cuando uno escribe “los lectores” sin tener en cuenta que más o menos la mitad de “ellos” pertenece al bello sexo, perdón, al género femenino (¿no habría que decir “génera femenina”?). Suena raro. Pero la justicia siempre suena rara en este país. Así que el narrador ha decidido sin más ni más poner en práctica esta minirrevolución genérico-lingüística. No es poca cosa: García Márquez propuso unos “cambiecicos” en la ortografía y se armó flor de bolonqui. Y no lo invitaron al Congreso de la Lengua. Al narrador de este folletín posmoderno no le preocupa que le pase lo mismo: sabe que jamás será invitado a ningún congreso. Ventajas del anonimato provinciano)
El lector perspicazo y la lectora perspicaza, entonces, andarán sospechando que el final feliz, tipo Hollywood, del último capítulo, ha sido una artimaña para entrarle al clima navideño que es medio obligatorio para estas épocas. Nada que ver. El narrador recién ahora cae en la cuenta de que este capítulo será publicado el 24 de diciembre. El narrador, ya que está, cuenta rápidamente con los dedos, y, maravillado, descubre que la próxima entrega será el 31, ¡que también es viernes! Esta regularidad matemática del universo siempre lo termina emocionando a uno.
Así que, por una feliz coincidencia, llegamos al 24 de Diciembre con la familia Pérez Strómboli en más o menos buen estado de salud mental. Papá y Mamá se reconciliaron. Fogosamente, hay que decirlo. Muy buen desempeño de Papá, que últimamente, a causa de su depresión pos- despido, había descuidado un poco demasiado ese flanco vital de las relaciones conyugales. Y así le pasó lo que le pasó. Bueno, pero ya está. Y Mamá anda hecha unas pascuas en plena Navidad. Y eso que es budista.
Al abuelo Strómboli tampoco le fue mal: todos sus nietos, los naturales y los postizos, asumieron su defensa ante Mamá, que quería despachurrarlo por el desastre que habían hecho en la casa.
La única alma en pena es el pobre Cachafaz, que todavía no se ha repuesto de la indigestión causada por el casi kilo de masa cruda que se zampó sin decir agua va. Así que en el capítulo de hoy, por haber pasado parte de enfermo, el Cachafaz no trabaja. Por suerte, la flexibilización laboral nos permite ahorrarnos su salario. Acá, el que no viene a trabajar, no cobra. Una buena manera de asegurar la competitividad en el mercado literario internacional.

Bueno, aquí estamos, entonces, en una situación inmejorable para que descienda sobre la residencia Pérez Strómboli el inefable espíritu navideño.
Claro que la cuestión tiene sus bemoles: Mamá, como se dijo, es más o menos budista; el abuelo Strómboli sigue declarándose ateo, pero más por cuestiones de romanticismo que de convicción. Papá es contador. Malena Lezcano es judía por parte de madre, y como es una chica muy equilibrada, ha resuelto su conflicto religioso mediante una decisión verdaderamente salomónica: los años pares es judía y los impares, católica. Por consiguiente, este año le toca festejar Hannukah. Del Cachafaz no se conoce inclinación religiosa alguna. En cuanto a los chicos mayores, están firmemente convencidos que del 24 al 31 de Diciembre se festeja la Semana Internacional de la Pirotecnia. El único que entiende más o menos de qué se trata este asunto de la Navidad es Emanuel: es cuando viene ese señor que antes se llamaba Papá Noel y que ahora es más conocido con el nombre, mucho mas cool, de Santa Clós.
Así y todo, los Pérez Strómboli se han provisto de todo lo absolutamente necesario para cumplir religiosamente con la tradición: tres pollos a la parrilla, un carré de cerdo relleno con ciruelas y panceta ahumada, tres kilos de ensalada rusa, seis arrolladitos agridulces, veinticuatro brochettes de lomo, doce botellas de cabernet, malbec y chardonays, seis de champagne demi-sec, ocho de sidra, cinco de strawberry fizz, con y sin alcohol, diez kilos de ensalada de fruta, cuatro pandulces, un kilo de garrapiñadas, seis turrones de Alicante y veintidós sobrecitos de uvasal. Si hay miseria, que no se note.
Y acá dejamos tranquilos a nuestros personajes. Al fin y al cabo, en la casa de los Pérez Strómboli no pasará nada diferente a lo del resto de los hogares argentinos, al menos de los que tienen con qué: se comerá, se beberá, se discutirá de fútbol o de política. Cinco minutos antes de las doce el abuelo Strómboli subirá a su cuarto, medio mamado, para disfrazarse con un viejo mameluco rojo, una almohada en la panza y una barba de algodón. A las doce y un minuto abrirán sus regalos. A las doce y diez saldrán todos, con una copa en la mano, a ver los fuegos artificiales y a tirar una que otra cañita voladora. A las doce y media irán a brindar con algunos de los vecinos. A las dos se tomarán sus uvasales y se despedirán hasta el mediodía, para seguir con la comilona de todo lo que sobró. Nada raro. Nada que valga la pena ser contado.
Así que el narrador, que este año promete, más o menos sinceramente, comer liviano y no pasarse con el cabernet, aprovecha para levantar su copa y brindar y decir:

Paz a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Y a los de mala voluntad también,
a ver si esto cambia de una vez.
Feliz Navidad.

(continuará)

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