14/2/09

Episodio II: “Demasiado viejo para el rock, demasiado joven para morir”


(donde se hace un pequeño resumen del capítulo anterior, se describe el paisaje circundante, aparecen ciertos personajes más bien secundarios y el Cachafaz, después de hacer las paces con el abuelo Strómboli, demuestra mal que mal sus dotes musicales)


La semana anterior, el lector ha tenido el privilegio de asistir a una típica cena de los Pérez Strómboli, una familia “all’uso nostro” del primer cuarto del siglo XXI, es decir: la historia transcurre en un futuro no demasiado lejano, por lo que estamos autorizados a sospechar que cualquier parecido con la realidad actual no es mera coincidencia.
Recordemos de manera sucinta la composición del grupo familiar: papá, mamá, tres hijos de anteriores matrimonios cuya filiación exacta no hace al desarrollo de esta historia, el nene menor, fruto en común y luz del hogar, el perro Cachafaz, peludo y estrambótico, y el abuelo Strómboli, quizá no tan peludo y, tal vez, menos estrambótico, pero de mucho peor carácter.
Veamos ahora cómo han quedado las cosas en la entrega anterior: el papá y el menorcito se solazan en la cama matrimonial viendo una de terror, los dos hermanos mayores están viendo la misma película, pero en el living, la nena, Carla, se fue al shopping con su novio el Seba, y el abuelo fue enviado a dar una vuelta con el Cachafaz por mamá, que se ha quedado con la sola y más amena compañía de los platos sucios. En esta casa siempre hay bastante que fregar.

- Bueno, che, perdoname – le dice el abuelo Strómboli al Cachafaz.
El Cachafaz, ofendido por el soberano patadón en el traste con que lo mandaron a pasear, no dice ni mu. O ni “guau”, asumiendo cierta coherencia zoológica.
- “Rencor, mi viejo rencor” – tararea el abuelo un tango que le escuchó a su padre.
El Cachafaz, perro al fin, ya ha comenzado a olvidarse del pasado inmediato y tiende a ocuparse de menesteres más propios de su especie: olisquea postes de luz, los bautiza levantando apenas la patita, escarba inmundicias, eriza su pelambre ante el cadáver reseco de un gorrión, hace, por fin, caca y después pis. Un mendigo les sale al paso.
- ¿No tiene una moneda, don?
El hombre está cubierto por capas y capas de tela ordinaria y de plástico. Parece un beduino friolento. Visto de cerca, no es tan viejo: hasta se lo ve más rozagante que al abuelo Strómboli, quien mete la mano en el bolsillo con gesto automático y saca unas monedas. El otro extiende la mano, pero don Strómboli no abre el puño.
- ¿Usted no estaba el otro día en el cajero automático? Lo vi sacando plata ¿Puede ser?
- Bueno, tengo unos ahorritos.
- ¿Y por qué pide?
- Es mi trabajo, hombre, de algo hay que vivir.
- Tiene lógica – murmura don Strómboli, dejando caer dos o tres monedas.
- Gracias, don, que Dios se lo pague.
- Dios tiene menos plata que yo – murmura el abuelo alejándose mientras la voz del otro lo sigue como una empalagosa ristra de agradecimientos.
- Carajo, ya ni los pobres son lo que parecen.
El abuelo Strómboli decide caminar unas cuadras hasta el centro: se ha quedado sin tabaco para la pipa. Haciendo caso omiso de los tironeos del Cachafaz, que se empeña en seguir el rastro de un gato o de una perra en celo el abuelo Strómboli se encamina hacia donde aún quedan negocios abiertos.
El kiosco del cual el abuelo Strómboli es cliente desde hace años resiste de mala manera frente al shopping que se recuesta contra la enorme mole del multicine: un lugar donde la gente va a comer pochoclo y a tomar cocacola en vasos del tamaño de un termotanque.
- Qué tal don Juan Carlos. ¿Lo de siempre?
- Sí. Y caramelos mediahora.
- Mediahora no hay. Parece que no se fabrican más.
- La pucha. Los vengo comiendo desde los años cincuenta- toma el sobre de tabaco.
- Bastante aguantaron. ¿No quiere llevarse un par de paquetes más? Estamos de liquidación.
- ¿Por?
- Nos pusieron una tabaquería ahí. Y un drácstor – el mentón del quiosquero salió disparado hacia la marquesina del shopping.
- Tsssss.
- Las cosas son así, que le vamo a’cer. Su tocayo Juan Carlos cerró la carnicería. Está de deudas hasta acá.
- ...Malas noticias para vos, Cacha... ¿Cachafaz? ¿Dónde se metió ese perro de mierda?
- Allá va – dice el quiosquero, señalando al bicho que está cruzando el enorme arco de entrada del shopping. Don Strómboli piensa, mientras corre traumáticamente, que si al perro le pasa algo a su hija le da un ataque.
Pero no hay de qué preocuparse. Ahí está el Cachafaz, alrededor de uno de los falsos bancos de plaza que rodean al centro de comidas, haciéndole fiestas a la Carla, que lo está pateando para sacárselo de encima sin dejar de hacer lo que está haciendo, sea esto lo que fuere, con ese muchachito cuyas zapatillas Nike se cruzan y descruzan alborozadas.
- Carla.
- Qué..
- Dijiste que venías a mirar.
- ¿Y?
- Vení que quiero decirte algo.
La nena se levanta de mala gana. Don Strómboli le echa una mirada al muchacho que está poniendo cara de yo no fui y después susurra al oído de la nieta:
- Ése no es Sebastián.
- ¿Y?
- Tu novio es Sebastián ¿no?
- Nada más estoy transando un poco, abue. El Seba no pudo venir. Me mandó un mensaje con él.
- Y vos estás agradeciendo el servicio...
- No entiendo qué querés decir...
- Nada, nena, nada... ¿Hay disquería acá?
- ¿Disqu...? Ah. Vos decís el miúsic center. Es por allá.
- ¿Me acompañás?
- Bueno. Pero no me hagas pasar vergüenza.
- ¿Yo, hacerte pasar vergüenza, yo?...
Cinco minutos más tarde, Carla mira horrorizada cómo su abuelo se dirige hacia uno de los compartimentos, se encaja los auriculares y al rato comienza a menearse y a aullar como un poseso:
- Let’s spend the night together, uuuuu, uuuuu.
- ¿Tu abuelo conoce a los Rolin? – dice atónito el chico de las Nike
- Tiene toda la colección, casi.
- ¡Pero es un viejo!
- No me hablés. Es más raro... Dice que Maic Yáguer es más viejo que él.
- Está drunky. – reprueba el chico, como diciendo “así adónde vamos a ir a parar”. Para vergüenza eterna de Carla, un grupo de chicos y chicas se está juntando alrededor de su abuelo..
- Can’t not get satisfeishon…
El Cachafaz aúlla haciendo coro, pero le sale más bien triste, pobre pichicho.

(Continuará)

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