14/2/09

Episodio XXV: “ La balsa”


(en donde el narrador se toma su tiempo para contestar ciertas críticas más o menos infundadas y después discurre acerca de la etimología de la palabra “vacaciones”, Mamá y Papá se escurren furtivamente al quincho y Papá lucha por su derecho a la felicidad hasta, literalmente, el último aliento)


Antes de continuar con este bolonqui stromboliano, el narrador se ve en la obligación de comentar, con cierto retraso, ciertos conceptos vertidos por el Sr. Carlos Nacher en su “Corazones de piedra”N° 16, folletín que se publica en esta misma contratapa, pero los días martes, por suerte.
Al comienzo de ese capítulo, el Sr. Nacher desliza una serie de críticas totalmente infundadas, o casi. Veamos: es cierto que el abuelo Strómboli le da un poco al escabio, como quedó demostrado en el capítulo anterior. Mamá también le hace, de vez en cuando, a las bebidas espirituosas. Pero lo que dice acerca del Cachafaz es una calumnia. El pichicho tiene su pasado, no lo vamos a negar, pero ahora es un alcohólico recuperado. Y se daba con piña colada, no con fernet.
Pero la cuestión de fondo es la crítica al hecho de que Papá, que evidentemente no tiene un corazón de piedra, haya perdonado el momentáneo desliz de Mamá con su ex - psicólogo. Al respecto también hemos recibido una indignada nota del M.A.S.MACHO.TE (Movimiento Anti Sumisión del Macho Telúrico), una organización nacional-fundamentalista que intenta recuperar el lugar de privilegio masculino que, mucho me temo, se ha perdido para siempre en esta era posmoderna.
Lejos estamos de insinuar que nuestro estimado colega Nacher, dadaísta de la primera hora, pertenezca a esa organización de talibanes agauchados. Pero nos parece que su asiduo contacto con personajes de los siglos XVI, XIX y XX (Cervantes, Sarmiento y Gardel, por nombrar solamente algunos de ellos) está afectando su percepción de la realidad tal como es hoy en día. Machos, lo que se dice machos, de esos capaces de poner orden en el mujererío con una mirada firme o, a lo sumo, con un par de sopapos, eran los de antes. Ahora sólo nos queda la corrección política. Y a lavar los platos con una alegre sonrisa.
O a cambiar los pañales con una sonrisa más alegre todavía, tarea que, suponemos, debe estar realizando en este mismo momento el amigo Nacher, flamante papá. (¡Felicidades, familia!)

Bueno, en qué estábamos. Ah, sí. Los Pérez Strómboli de vacaciones. Palabreja rara: vacaciones. No es que la etimología sea nuestro fuerte, pero la raíz de “vacaciones” parece ser la misma que la de palabra “vacante”, es decir, “vacío”. Las vacaciones vendrían a ser entonces, los “días vacíos”. Interesante. O sea que el resto del año está constituido por “días llenos”. Ajá. Acá el narrador podría despacharse con una sesuda disquisición acerca del sentido de nuestra forma de vida Accidental y Crispad..., perdón, Occidental y Cristiana. Pero el narrador tiene el cerebro en estado de “vacaciones”, en el más estricto de los sentidos: vacío de cualquier idea que valga la pena ponerse a teclear. Son las tres de la tarde, hace calor, estamos a fin de mes, no escorchéis. Además, para disquisiciones filosóficas la tenemos los domingos a Ethel Cristman.
Ahora bien, si le diéramos por un rato la razón a García Márquez en lo tocante a abolir la distinción entre “s” y “z” o entre “b” y “v”, podríamos escribir tranquilamente “bacaciones”. Ahí la cosa se pone mejor, porque podríamos pensar que la palabreja en cuestión deriva de “bacante”. O mejor aún: de “bacanal”. Veamos que dice el Pequeño Espasa Ilustrado:

Bacanal: adj. 1 Perteneciente al dios Baco. Se aplica a las fiestas de carácter mistérico que celebraban los antiguos romanos en honor de este dios. U.t.c.s.// 2 fig. Orgía con mucho desorden y tumulto.

Bien, entonces, los Pérez Strómboli se encuentran de bacaciones. Especialmente si tomamos en cuenta la acepción N° 2. Bueno, en realidad, digamos que la cosa tiene poco y nada de orgía (están todos amontonados en tres ambientes, sin resquicio para intimidades de ningún tipo) y mucho de desorden y tumulto (por exactamente la misma razón)

Dos de la mañana. Papá y Mamá, que, a no olvidar, están en plena reconciliación, han logrado escabullirse al quincho, en donde manos subrepticias han escondido una colchoneta inflable, no del todo cómoda aunque sí absolutamente apta para esos desahogos conyugales que hacen más transitable este valle de lágrimas.
La cosa no fue fácil: antes hubo que cocinar para todo el batallón, lavar los platos, acostar a Emanuel, leerle su cuento favorito: La Ranita Que Se Hacía Popó, jugar una interminable partida de chinchón con la tía Anita y doña Raquel, partida rociada con abundantes raciones de anís y licor de huevos, que si no no les agarra el sueño, despachar a Dante, Lautaro, Carla y Sebastián, que se fueron a bailar y encima eludir la mirada socarrona de Don Strómboli y Malena, que vaya a saber cómo se las están arreglando en este asunto.
Mamá, una señora de muy buen ver para sus cuatro décadas, hay que reconocerlo, está hecha una verdadera bacante: bronceada, esbelta y un tanto achispada por el licor de huevos casero. Papá, que ha poco ha redescubierto su sexualidad, está hecho no digamos un león, tampoco la pavada, sino más bien un algo así como entre yaguareté y demonio de Tasmania. Especialmente por la mirada de marsupial en celo. Papá arrincona a Mamá contra la puerta del quincho, hunde su rostro en el perfumado cuello y después hace una serie de cositas que no viene al caso andar describiendo. Mamá siente que un escalofrío le recorre la columna vertebral. Suspira, gime, jadea y después susurra:
- ¿Trajiste el inflador?
- Te aseguro que no lo necesito – hace un mal chiste Papá sin abandonar su entusiasta dedicación al cuello de Mamá y aledaños. Pero la voz de Mamá suena helada:
- El inflador. Para la colchoneta.
- No.
Silencio sepulcral.
- Sin colchoneta.
- Ni hablar.
- De dorapas...
- Menos – dice Mamá, mientras le alcanza con dos dedos la colchoneta miserablemente desinflada. Mamá le dedica a Papá una seductora sonrisa, un tanto cachonda - Cuando termines llamame. Yo me recuesto a leer un poco
El silencioso velo de la madrugada es rasgado como por una invisible daga hindú. Es el chijete que mete Papá dele soplar y resoplar la colchoneta como si de un náufrago a su balsa se tratara. O tratase.

(continuará o continuarase)

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